Thoreau


 


No pude presenciar en vivo el tercer «debate» entre los candidatos presidenciales organizado por el movimiento #YoSoy132: me lo impidieron, primero, las dificultades técnicas —y, desde luego, mi impericia para remontarlas, aunque esto sería lo de menos: ahora mismo podría aplastarme a ver la grabación—; pero sobre todo me lo impidió mi impaciencia y un arranque de irritación por la sospecha (que fue afirmándose como certeza mientras iba leyendo los apuntes en Twitter y Facebook de quienes seguían la transmisión el martes, y que voy terminando de confirmar ya que el miércoles va avanzado) de lo infértil del acto y de su muy relativa relevancia para el curso de las campañas electorales y para los resultados a que éstas se encaminan.
    Lo que quiero decir es esto: en modo alguno descalifico la voluntad de los organizadores, ni el empeño que han puesto en sus iniciativas, ni mucho menos la sinceridad de su actuación ni lo legítimo de sus móviles. Creo que la comparecencia en la discusión pública de los jóvenes estudiantes (ya escribí una vez que esos términos habría que precisarlos mejor, pero ahora los uso por economía) amerita, en principio, nuestra comprensión como una manifestación de civismo —todo lo perfectible que se quiera, pero atendible y respetable porque es una de las escasísimas en un país donde no suele haberlas. «Civismo», dice el Diccionario de la Real Academia en la primera acepción que da a esa palabra, es «celo por las instituciones e intereses de la patria», que es lo que se ha visto —y está muy bien—, más allá de las confusiones o indefiniciones o inconsistencias del movimiento estudiantil y por delante de sus demandas y de los logros que han alcanzado. Pero lo que ya no tengo modo de soportar es al cuarteto de farsantes que protagonizan la contienda: sus vacuidades y sus estupideces, su cinismo y su hipocresía, su soberbia. Su falta de civismo, en suma. Por parejo.
    Así, lo que encuentro incomprensible es que siga admitiéndose, como si no pudiera ser de otra forma, que tiene sentido tratar de razonar con estos individuos. Se dirá que así funciona el remedo de democracia vigente en México, y que es lo que hay, y yo entiendo que el propósito de #YoSoy132 es procurar, en la medida de lo posible, que las elecciones que hayamos de hacer las hagamos lo mejor informados que se pueda. El problema —mi problema— es que ya está a la vista lo que hay, justamente, y que figurarse cualquier esperanza al proponerse con los candidatos un ejercicio cívico es desperdiciarse. Además, he estado releyendo a Henry David Thoreau, Del deber de la desobediencia civil (otra lectura muy recomendable, además de la de Montaigne, que dije la semana pasada, para estos tiempos de necedad): ¿cuándo llegará —y quizás esté yo desperdiciándome en esta ilusión— la hora de, sencillamente, volverle la espalda a estos cuatro, y al elenco incontable de impresentables que los acompañan?

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 21 de junio de 2012.
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