Sólo hoy

El soundtrack oficial de la Navidad mexicana para toda la eternidad: Mijares, Arianna, Yuri, Daniela Romo, Óscar Athié, ¡Denisse de Kalafe!, Tatiana, por supuesto Pandora... ¿y quiénes son los dos que están echados en primer plano?
Se pensaría que en las circunstancias extremas de privación y miedo es cuando al ser humano se le revienta la cuerda con que está sujeta la fiera depredadora que también es: la fuerza ciega e incontenible, quién sabe si bestial o diabólica, que sólo atina a procurarse su propia preservación, acometiendo a dentelladas y zarpazos contra su entorno, llevándose al prójimo por delante y arrasándolo todo a su paso. Luego de un terremoto, en una hambruna, en la guerra; en catástrofes y conflagraciones, incluidas las estampidas en las concentraciones masivas que se salen de madre, etcétera. Aunque cuerda y cordura no vienen de la misma raíz (cordura procede de corazón en latín), que se desate la primera significa perder la segunda, de modo que perder toda sujeción equivale a volverse alguien sin corazón (quien es cuerdo es quien posee corazón, ánimo, dice el diccionario), en el sentido en que el corazón, como venía entendiéndose antes de que nadie se preguntara para qué podría servir el cerebro, es depositario del juicio y la entidad que permite reconocer a los semejantes, y reconocerse en ellos.
        Terremotos, hambrunas, guerras, etcétera. Pero la sociedad no había tocado fondo hasta que llegaron las ventas nocturnas de Navidad. Pasó más o menos así: íbamos nomás por unas pilas —unas pilitas triple A, para el control remoto de la tele: unas pilitas sin chiste. La primera señal, que ignoramos (y luego la cosa no tuvo remedio), fue la fila de coches para entrar al estacionamiento. Los excesivos minutos y cuartos de hora para encontrar lugar, pero igual habríamos tardado otro tanto en hallar escapatoria, si se nos hubiera ocurrido: había empezado a operar una obstinación irrefrenable por llegar: segunda señal, ese empecinamiento inexplicable. Sin querer (¿pero teníamos todavía algo de voluntad?), nos descubrimos al pie de la mole iluminada, a cuyos pies el rugido de la masa se intensificaba por la música en las bocinas gigantescas: la tercera señal, y la definitiva: los villancicos de Pandora, que cuando suenan (siempre, cada año) han de ser reconocidos como las trompetas del Juicio Final. Fuimos, por supuesto, engullidos, y antes de percatarnos ya habíamos sido rociados por perfumes varios, que no conseguían mitigar los miasmas de la muchedumbre que circulaba lentamente y vociferaba y se agitaba cada vez más. En las escaleras eléctricas, incompetentes, hubo que usar cierta violencia: una señora gorda y frenética a la que había que contener; un señor valiéndose de sus bultos para abrirse paso; algún niñato cretino que quería correr. Codazos, empujones, y por encima de todo eso las matemáticas sutiles que ya habíamos comenzado a hacer: 18 meses sin intereses y 20 por ciento en monedero electrónico, o bien 6 meses y el 25 por ciento, o el descuento irresistible si se pagaba al chaschás. ¿Pagar qué? Lo que fuera. Todo. La tienda entera. Al final, la obnubilación: adiós, cordura. Íbamos por unas pilitas. Salimos vivos: cómo, quién sabe. Y con un refrigerador, pero vivos al fin.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 16 de diciembre de 2010.
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2 comentarios:

Alejandro Vargas dijo...
17 de diciembre de 2010, 0:14

Híjole, que pena que fueron engullidos por las - VENTA NOCTURNA NAVIDEÑA EN PLAZA DEL SOL, ESTACIONAMIENTO GRATIS EN PLAZA MILLENIUM AL PRESENTAR SU TICKET DE COMPRA.

Fin del comunicado, fui a comprar.

Víctor Cabrera dijo...
21 de diciembre de 2010, 21:46

Lo que a mí se me hace inaudito es que aquella pésima placa navideña haya contenido (como lo consigna la imagen de la portada) siete tracks de regalo, como quien dice, algo así como la mitad del LP era relleno.