Espejismo

Evidentemente es un espejismo, una ilusión dispuesta por las condiciones ambientales que tienen lugar en estos días. Guadalajara como una ciudad vivible. Al menos en la semana que corre (y un poco antes, digamos que desde mediados de la semana pasada, y con suerte hasta la semana que sigue), es posible percibir la calma que impone a nuestras rutinas la desaceleración debida, en buena medida, a las vacaciones. Aunque no estemos de vacaciones —yo sí lo estoy, pero es un decir, y sobre eso voy más adelantito—, el hecho de que se emparejen los tiempos de descanso de muchos en esta temporada permite que los otros muchísimos que no descansan sí puedan disfrutar, al menos, de una disminución notable en los índices de frenesí que hacen irrespirable y desesperante y odiosa la vida en la ciudad en otras fechas. Por las calles sigue habiendo, claro, imbéciles que pitan y rebasan y rechinan las llantas nomás para llegar unos segundos antes a detenerse ante el semáforo siguiente, y en general lo que urge sigue urgiendo, sólo que hay una suerte de acuerdo tácito y generalizado gracias al cual esas urgencias no importan tanto, de manera que se puede ir a un ritmo más tranquilo, postergando las neurosis para cuando el año nuevo haya terminado de llegar y sea hora de recobrar las ansiedades de las que, por el momento, nos vemos a salvo casi milagrosamente.
        El espejismo, ayudado por la frescura del clima, por la luz que regala el cielo despejado, por el silencio que las calles ganan al disminuir el tráfico y el gentío, lleva a pensar si no será al revés: si lo insufrible que puede ser la ciudad en su presentación habitual (los embotellamientos, el ruido, el malhumor imperante que hace ver en cada conciudadano a un enemigo que busca pasar primero y por encima) no será en realidad la comprensión distorsionada, y por tanto ilusoria, del espacio en que nos movemos y en el que el tiempo nunca alcanza. O, dicho de otra manera: las vacaciones son la vida real, y lo otro —la supuesta normalidad de los días hábiles— es un pésimo exceso de la imaginación, el engaño pernicioso en el que nos obstinamos al olvidar que todo puede ser de otro modo: como hoy mismo, por ejemplo, en que se puede andar tan a gusto sin necesidad de atravesársele a nadie.
        Yo nunca sé muy bien qué hacer con las vacaciones, y pronto me descubro inventándome actividades en las que pueda atarearme lo suficiente para «sentir» que las aprovecho debidamente. Una necedad, por supuesto; pero también es, creo, el efecto de esta convención según la cual ha de haber tiempos para trabajar y tiempos para no hacer nada, y de esta otra superstición: uno sólo existe mientras no esté de inútil —de lo que se sigue que estar ocioso es una forma de desvanecerse. Pero también alcanzo a atisbar que esta existencia suspendida es preferible, y que la ciudad que así encuentro también lo es. ¿Guadalajara no puede quedarse como está ahora?
Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 30 de diciembre de 2010.
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