Luz y piedra

Foto: Natalia Fregoso

El abandono que la aquieta, la desganada monstruosidad que le impone la noche, el esfuerzo indecible que ha de hacer para comparecer a la llegada del día siguiente y ameritar una vez más, incomprensiblemente, que la dibujen las luces que hacen creer en que el mundo existe: nada de esto —y vaya que podría— ha conseguido doblegar la perseverancia infértil de esta casa, su obstinación en llevar de una calle a otra su desarreglo lamentable, su desvarío. Las cosas siempre tendrían que ser de otro modo, y la violencia enemiga del jardín, por ejemplo, no la previeron las voluntades que le dieron forma: las presencias que, proscritas de toda memoria, sólo son distinguibles en la imaginación de fantasmagorías —imaginaciones para las que, por lo demás, esta casa es inepta: tiene una funeraria enfrente.
Con todo —pero podrá ser otra forma de la insensatez—, quizás valga más confiar en la determinación de la luz y de la piedra, que no en nuestra frágil atención o en el precario encantamiento de nuestras impresiones. Si, en la evanescencia imparable del presente, nuestra condición fugaz es garantía de que se perderá irremediablemente lo que juzgamos imborrable o decisivo, mejor será atenerse a la posibilidad de que los espacios que nos vieron pasar conserven lo que haya de salvarse, más allá de nuestra arrogancia y sin que importe —como, en definitiva, no tiene por qué importar— nuestra pretensión de marcar ningún instante en la escritura perentoria y falible del recuerdo. Por alertas que queramos ir, por notable que llegue a parecernos cualquier acontecimiento, el hecho de que lo dejemos atrás y prosigamos en nuestra inevitable sucesividad comienza a cancelarlo y a volvérnoslo irrecuperable, así nos empecinemos en voltear continuamente sobre nuestros pasos, creyendo que el instante seguirá ahí, donde lo encontramos o nos encontró —pura ilusión, pues cada paso que nos aleje será también un paso rumbo a la incomprensión más completa de lo que sea que haya ocurrido. Toda memoria es leyenda: la elaboración, menos o más confusa, pero siempre desleal con la verdad, de un pasado al que no podemos regresar si no es indeliberadamente, y nunca porque nos lo propongamos. Pero tal vez la piedra y la luz, y el albedrío del espacio que las contenga, decidirán qué llegará a saberse de nosotros —y eso sólo por accidente.
Esta casa, por ejemplo, lo sabe todo de alguien.

Publicado en el núm. 13 de KY, que, por cierto, cumple un año de circular, y que, como es gratis y se acaba rápido, pueden ustedes descargar íntegra dando click aquí.
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1 comentarios:

Anónimo dijo...
26 de febrero de 2010, 10:39

Me dejas en un suspiro...
Muy bueno, felicidades.
Maribel