¿Censura?



La Secretaría de Gobernación, enfrascada en la importantísima tarea de evitarnos a los mexicanos el horror de toparnos con palabras altisonantes o procaces en los medios, reconvino a Radio Universidad de Guadalajara porque, en su programa semanal, los moneros Jis y Trino incurrieron en desacato a la legislación que pretende vigilar, entre otras cosas, que el lenguaje no se corrompa —ni tampoco las «buenas costumbres», ni la memoria histórica. Dice el Artículo 63 de la Ley Federal de Radio y Televisión: «Quedan prohibidas todas las transmisiones que causen la corrupción del lenguaje y las contrarias a las buenas costumbres, ya sea mediante expresiones maliciosas, palabras o imágenes procaces, frases y escenas de doble sentido, apología de la violencia o del crimen; se prohíbe, también, todo aquello que sea denigrante u ofensivo para el culto cívico de los héroes y para las creencias religiosas, o discriminatorio de las razas; queda asimismo prohibido el empleo de recursos de baja comicidad y sonidos ofensivos».
    Luego de repasar esto que manda la ley, las conclusiones son aburridas de tan obvias. No debería existir la mayor parte de los contenidos de Televisa y TV Azteca, para empezar, ni tampoco cientos de cantantes y miles de políticos cuyas voces y estampas, ofensivas y denigrantes, difunden los medios con toda naturalidad. Etcétera. El celo del Estado en estas cuestiones se manifiesta, sin excepción, en forma de alardes ridículos y en consecuencia soslayables: por lo indefinible (y obsoleta) que es la noción de «buenas costumbres», pero sobre todo por los fines perversos que persiguen siempre quienes se jactan de trabajar en la supuesta defensa de esa noción, estos amagos de censura se deshilachan apenas son pronunciados. La radiodifusora universitaria no tiene por qué hacer caso a semejante estupidez, y es que así como Jis y Trino deben seguir haciendo sus chistes como les place —y como les place a sus fans—, así también la tele y la radio y los periódicos del país seguirán dando cuenta (y no siempre de modo fiable, o casi nunca, y casi nunca tampoco de modo que nuestra inteligencia no se vea insultada constantemente) de la realidad procaz y miserable de todos los días.
    En cuanto a la famosa libertad de expresión —otra noción resbaladiza a la que automáticamente se acude cuando pasan cosas como ésta—, lo cierto es que es bonito creer en ella, pero en los hechos no existe. O no en el sentido facilón que se cree, según el supuesto de que ha de ser un derecho disfrutable por todos y que ha de estar garantizada por el Estado. Cada medio y cada actor, conforme a su particular audacia, pero sobre todo en razón de sus conveniencias, se la otorga a sí mismo en mayor o menor medida, y es más frecuente que se prescinda de ella por voluntad propia que por imposición. Así, quizás convendría en adelante hablar mejor de la libertad de censurarse, y de cuándo el abuso de ésta podría ser pernicioso y hasta motivo de sanción.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el jueves 10 de diciembre de 2009
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1 comentarios:

Alejandro Vargas dijo...
27 de diciembre de 2009, 23:06

Qué coraje me dió leer la noticia del "extrañamiento". Pero después difruté escuchando "la chora interminable" del jueves siguiente.
Toda la televisión se quedaría vacía, sólo pasarían "de kiosco en kiosco".