No nomás soy yo

A reserva de hacer más adelante una reseña en toda forma de cuanto pude apreciar en la representación de la ópera Santa Anna, dejo aquí los links a las opiniones de quienes sí saben de estas cosas. Para que se vea que no nomás soy yo. Uno lleva al artículo que publicó Manuel Yrízar, crítico musical de Excélsior; otro, a esta apreciación de José Noé Mercado, también crítico y subeditor nacional de la revista Pro Ópera. Y no me aguanto las ganas de citar aquí, completo, el parecer del gran Lázaro Azar, el especialista de Reforma:

«¡Ah, qué Vitier!»

Por Lázaro Azar

Alguien se lo tenía que decir y ni modo, me tocó ponerle el cascabel al gato, porque con todo y que digan que no tiene la culpa el... compositor sino quien le hace el libreto, lo cierto es que cuando hace unos meses cayó en mis manos aquel sobre Santa Anna firmado por Carlos Fuentes, lo devoré con verdadero deleite. Cuánto ansiaba "escucharlo" y cuánto me decepcionó lo que oí durante su estreno este jueves en el Teatro Esperanza Iris.
    "Eso no es una lección de historia, mucho menos una ópera", dijo una amiga y al momento pensé que así como Puccini y Massenet no coincidieron eligiendo las mismas escenas con que cada uno de ellos musicalizó la historia sobre Manon Lescaut escrita por el Abate Prévost, y no hay melómano que no disfrute lo que hicieron, de igual manera el Antonio López de Santa Anna que Fuentes retrata es tan real y humano que acaba trastornado tras haber sido once veces nuestro presidente.
    Hasta ahí "todo va bien". Lo malo empieza cuando, pretenciosa y finalmente, bautizan como "ópera" la pobre partitura que le enmarca. No hay libretos "operísticos" que no hayan sido modificados por el compositor y aquí el problema no es que del primer tratamiento a lo llevado a escena sean incontables los cambios, cortes, ajustes y añadidos que sufrió el texto de Fuentes.
    Nada más para que se den idea, en el programa de mano Marcelo Ebrard habla de una "ópera en un acto" y tuvimos dos. Qué versión vimos es lo de menos: la tercera -que data del 23 de septiembre- no se ciñe a lo presenciado dentro de ese interminable jolgorio en que ha degenerado la celebración por los ochenta años de un Carlos Fuentes que tras la función comentó que, de haber estado en un ensayo completo, algo le habría cambiado a su Santa Anna.
    Si no lo vio fue por falta de tiempo. Ser "gloria nacional" no ha de ser fácil y menos cuando no se es monedita de oro, según se infiere de comentarios como el de Francisco Arvizu, quien tras señalar "la liviandad genuflexiva con que se ha tratado la figura de Carlos Fuentes", cuestiona que "la perspectiva de su libreto respecto a la figura de Santa Anna ya fue tratada por Felipe Cazals en su cinta Su Alteza Serenísima (2000) o por el dramaturgo Juan Tovar en Manga de clavo (1985)".
    Enfocado o no de esa manera, es un hecho que gracias a la pericia con que Lorena Maza marcó ágilmente el trazo escénico, el mayor problema que afrontó esta "ópera" no fue un texto plagado de ripios (vgr. sino/vecino/destino, ataca/calaca/hamaca/matraca o el mejor de todos: Ya pasó la hora de gloria, ahora es la hora notoria), sino la insufrible partitura de un José María Vitier cuyo mayor mérito estribó en concatenar los más previsibles lugares comunes, efectos manidos y "citas" que lo mismo evocan a Claude Debussy, Joaquín Rodrigo y Sebastián Yradier que a Francis Lai.
    "Es buenísimo para hacer soundtracks, él hizo el de Fresa y chocolate", abogó alguien por él cuando pregunté por qué méritos le habrían elegido. Si mal no recuerdo, lo único memorable de aquella pista sonora no fue lo firmado por Vitier, sino la música de Ignacio Cervantes.
    Los que se durmieron durante la función, quienes aprovecharon el intermedio para huir y cuantos me preguntaban con miradas de complicidad cuándo aparecería este comentario fueron el mejor termómetro para confirmarme que no fui el único en considerar esta música ramplona -sus escasos dúos no iban más allá de emplear terceritas "rancheras"- y elemental -¡cero contrapunto!-. Hubo hasta quienes, indignados, me preguntaron cuánto habría cobrado Vitier por esta "reverenda..." (Andrés Tapia dixit).
    Bueno será que alguien le enmiende la plana al trabajo de este señor cuya impericia fue evidente al tapar la voz de sus cantantes con alientos que sonaban simultáneamente en el mismo registro y ni qué decir de aquellas partes que éstos se negaron a cantar.
    Urge meterle tijera a este mamotreto que tarda más de lo que dura, ya que por bien que estén la escenografía de Mónica Raya y espléndida la iluminación de Víctor Zapatero, las "esposas" Tosta e Inés (Verónica Alexanderson y Lourdes Ambriz), la nana (Grace Echauri, insuperable) o Fernando De la Mora en el protagónico, hay compases innecesariamente prolongados, como el epílogo a cargo de La muerte (Hernán Del Riego).
    Así como Puccini y Massenet abordaron una misma historia, el libreto sobre este pintoresco personaje, jarocho y gallero, merece un verdadero compositor operístico como Daniel Catán o Robert X. Rodríguez para musicalizarlo y un director que sí sepa qué hacer ante una orquesta.
    Según los enterados, las palabras puestas en boca de Santa Anna durante su aria no son de la autoría de Fuentes sino de la esposa de Vitier; en ellas dice que "Es mi destino la historia y mi sino en la gloria vivir...".
    De ser autobiográficas, las prefiero para Don Carlos que aquella otra frase en que lamenta estar "ebrio de poder, pleno de gloria y soledad, sin fe". ¿Y usted?
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1 comentarios:

Luis Vicente de Aguinaga dijo...
4 de diciembre de 2008, 2:10

Pues el mentado Lázaro Azar a lo mejor sabe muchísimo de ópera, y está clarísimo que tú lo admiras de corazón. Pero bueno para escribir no es, el méndigo. Nada más un indeseable mestizo de Fuentes y Monsiváis, horror de horrores, podría escribir peor. Y eso ya es mucho decir. ¡Y el muy sabidillo cita nada menos que a Paco Arvizu, campeón de la palabrería opulenta y la coma errada! Se ve que tiene sus clásicos... Mi querido Israel: para esos viajes (los redundantes viajes de hablar pestes del burro Carlitos, y con sus tristes pelos en la mano) no se precisan alforjas. Basta con agarrar cualquiera de sus libros, abrirlo en cualquier página y reproducir cualquiera de sus renglones. Y la demostración queda hecha.

Por lo demás, tu propio artículo sí me pareció muy divertido. Lo que no me gusta es resignarme desde ahora, que apenas es jueves, a que te pidan la renuncia entrando la semana que viene, que dizque por decreto del mandamás de mandamases...