Alardes


Con razón González prefiere construir vialidades: miren qué trabajo cuesta treparlo al camión. «¡No me quiero subir, no se me vaya a pegar un piojo!», ha de haber gritado. (Foto: La Jornada).

Que el Gobernador González («Emilio» que le diga Lorena Ochoa) es un mentiroso lo sabemos desde sus tiempos de Alcalde, cuando aseguró que no renunciaría para ser candidato. Lo enigmático es que, aun cuando esa sola demostración de incongruencia tuvo que haber bastado para retirarle todo crédito, no sólo fue favorecido por el voto, sino que ha prosperado en su posición sin más dificultades que las críticas que levanta continuamente su actuación: objeciones y reproches de los que él se deshace con desdén y socarronería, cuando no con majaderías y exabruptos. Es larga la cuenta de sus falsedades y aburre recordarla, y además no deja de crecer: en días pasados sumó otra, al declarar: «Nos toca acelerar los trabajos de transporte público para que por conveniencia la gente opte por utilizar el transporte público y no un vehículo privado». Acto seguido, anunció la construcción de ocho nuevos pasos a desnivel, y poco después se supo que en realidad son 17 las obras viales que la Secretaría de Desarrollo Urbano contempla ponerse a realizar prácticamente en todos los rumbos de la Zona Metropolitana de Guadalajara, apenas le autoricen los recursos —que se los van a autorizar— y pésele a quien le pese, porque ya está decidido y a ver quién va a alegar.
O sea: González, que tiene la fea pero rentable costumbre de darle por su lado a todo el mundo (salvo cuando se emberrincha y le brota lo soez), presume de hallarse interesado en el transporte público, pero lo que en realidad lo atarea —o, bueno, a sus subalternos— es abrirle paso a la imparable e insaciable presencia del automóvil. Las razones son fáciles de imaginar: los túneles, los pasos a desnivel, las avenidotas, etcétera, que buscan disolver los numerosos y crecientes coágulos que dificultan y obstruyen la circulación, son obras públicas visibles en cuyo origen, amén de los intereses pecuniarios que supongan para quienes se benefician directamente de su puesta en práctica (y que se forran haciéndolas), hay combinadas una imaginación grosera y un sostenido afán de simulación. ¿Una avenida está saturada? Con un puente, o con un carril más, o con lo que sea, se aparenta que se arreglará. Y se arregla, sí, pero fugazmente, pues la supuesta solución sólo fue un fingimiento, un remiendo precario y falaz.
Un transporte público que no mate gente, que disponga de suficientes unidades, que pase a tiempo y cuyas rutas cubran las necesidades de desplazamiento de toda la población está muy lejos de los alcances de esa imaginación rudimentaria, y mucho más lejos del afán de simulación de González y compañía. Y no es que no hayan entendido que resulta insensato seguir abriéndole cancha a los automóviles: desde luego que conocen, y han visto en otras ciudades, los beneficios de tener un sistema eficaz. Los que no hemos entendido somos los ciudadanos, si seguimos creyendo que se preocupan y le piensan y trabajan en serio, más allá de adornarse y alardear.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 21 de noviembre de 2008.
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1 comentarios:

Luis Vicente de Aguinaga dijo...
21 de noviembre de 2008, 13:30

En mi triste, inservible y ridícula opinión, en Guadalajara sobran "unidades" (o sea camiones de transporte público) y falta lo elemental, aquello en lo que coinciden todas las demás poblaciones del mundo con buen o mal servicio público de transporte: que se trate realmente de un servicio y de un bien público, no subrogado. En el transporte subrogado nada más creía Mouriño, y mira con qué suerte. Lo adecuado es que ni las diferentes líneas de transporte ni los choferes en lo individual compitan entre sí. Para eso hay que ponerse "proteccionistas", como dicen estúpidamente los liberales, y administrar con firmeza el sistema de tranvías, metros y mini/midi/micro/macrobuses, para no dejar que ningún interés particular o privado intervenga en su gestión. Lo cual, a estas alturas, y como tantas otras cosas en México, ya es prácticamente imposible.