La maraña


Uno creería que la gente que usa Facebook sabe para qué sirve. Pero no lo parece, y no tanto porque esa gente observe ahí conductas tan extrañas (incluido el que esto escribe, que en un descuido cedió y se registró, a pesar de su ignorancia al respecto y de su nula necesidad de «socializar»), sino porque lo más probable es que no sirva para nada. ¿Por qué esta red, fundada por un nerd veinteañero en 2004, y pronto convertida en uno de los negocios más jugosos de internet —el ya típico caso del papanatas que nomás de verlo dan ganas de abofetearlo, pero que si le pega la gana puede sacar la chequera para comprarse un país—, ha entusiasmado inexplicablemente a las relativas multitudes que disponen de conexión en el mundo?
Primero, quizás, más bien habría que hablar de los individuos que forman (formamos) esas multitudes: cada cual con sus particularísimas razones —o sin razón alguna— para sumarse al conglomerado monstruoso de soledades que cada segundo están dando razón de sí mismas mediante recursos tan diversos como lo permitan la imaginación y la tecnología: desde las listas de libros favoritos hasta los «clubes» de fanáticos de cualquier causa (los retretes con calefacción, por ejemplo), pasando por los álbumes de fotos, los hit-parades personales de música, películas, figuras de la política, deportistas, marcas de ropa, bebidas, plantas, mascotas... Según se lee en la página de información de la compañía, Facebook es una «herramienta social que ayuda a la gente a comunicarse más eficientemente con sus amigos, familiares y compañeros de trabajo». Sin embargo, por bonito que suene ese propósito, lo cierto es que a poco de empezar a «comunicarse» con alguien por esa vía resulta evidente que tal comunicación podrá ser todo menos eficiente. Lo que más encuentra uno es información que no sólo no importa, sino que además quita tiempo —y que, a menudo, consiste en datos que uno habría preferido ignorar: si un conocido notifica a la humanidad que, test de por medio («¿Qué filósofo post-modernista eres?», se llama), resultó ser el alma gemela de Niklas Luhmann, ¿a uno qué?
Una amiga concluyó que lo mejor que podía esperarse de Facebook era que sirviera como sirve la puerta del refri, para que ahí le dejen a uno recaditos y recuerdos y fotos. Lo malo, como todo en la vida, está en que la culpa es el sentimiento rector que opera al enredarse en esta red social: 60 almas están reclamando tu atención al mismo tiempo (hay quien se ve procurado por miles, por decenas de miles), y aunque ninguna, incluida la tuya, tenga gran cosa que decir, ¿cómo las vas a ignorar? Miras sus fotos, sus videos, sus aficiones, sus pasatiempos, sus corazoncitos abiertos al escrutinio del planeta entero. Te enteras de quién se ha hecho «amigo» de quién. Recibes y envías mensajes, obtienes respuestas a preguntas que jamás habrías formulado, respondes las que nadie te haría jamás. Y terminas por contarle al mundo quién eres. Quién sabe para qué.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 6 de junio de 2008.




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3 comentarios:

Octavio Aguirre dijo...
6 de junio de 2008, 22:12

Viva la moda, y como buena moda, es dominada por la socialité tapatía. Ahora, no solamente se le tiene que pedir a la chava su número de teléfono celular y correo electrónico, eventualmente se le tendrá en el feisbuc.

También, como dicen sabiamente: la curiosidad mató al gato.

Alejandro Vargas dijo...
7 de junio de 2008, 17:29

Todo esto se incrementa y sí, el facebook es el chismógrafo tapatío. Qué cosa pasará? Estará en el feisbuk...quitador de tiempo y voyeurista...admito que paso tiempo ahi, mucho.

Mónica Sánchez Escuer dijo...
8 de junio de 2008, 22:01

Mi estimado José Israel, qué gusto encontrarte en el face! y ahora aquí!!!! Estoy de acuerdo en casi todo lo que comentas. Es cierto que el facebook se creó para cubrir esa necesidad de "socializar", pero en países como el nuestro donde afortunadamente nos encanta la pachanga y cualquier pretexto es bueno para reunirse, el libro jeta este se usa con otros propósitos. A saber cuáles. Entre los evidentes está, como lo dice Kurt, el del chisme. A mí, neófita como tú en el asunto (misteriosamente han ido apareciendo aplicaciones que jamás pedí) el facebook me ha servido para una sola cosa: encontrar (y ser hallada por) viejos amigos de la infancia y colegas que uno aprecia, como tú, por ejemplo, con los que había perdido contacto. Y no lo veo como un espacio donde la gente exhibe sus corazoncitos e intimidades porque no deja de ser una puerta de refrigerador (como dice tu amiga) sólo que de "alta tecnología" donde uno cuelga, y te cuelgan puras vaciladas, y hasta videos. Más, mucho más se sabe de la gente por sus blogs... ¿o no? ;)
Un abrazo,
Mónica