180 segundos


El 10 de diciembre de 1990, en el banquete ofrecido por los reyes de Suecia a los ganadores del Premio Nobel, Octavio Paz pronunció el brindis, como es tradición que haga el escritor del grupo en esas celebraciones. La versión al inglés de ese discurso, que puede encontrarse en el sitio web de la Fundación Nobel, curiosamente tiene un arranque distinto del que puede leerse en la transcripción publicada en su momento por la revista Vuelta: según la primera, el autor de El arco y la lira abrió diciendo: «Seré breve; pero, dado que el tiempo es elástico, me temo que ustedes van a escucharme por ciento ochenta muy largos segundos». El texto de Vuelta, en cambio, reza así: «Agradezco profundamente, aunque no sin temor, que se me haya confiado la difícil tarea de hablar esta noche ante ustedes. Procuraré ser conciso y no malgastar en vanos circunloquios estos preciosos minutos». Por lo demás, y salvo algunas rarezas de la puntuación, la traducción de nobelprize.org es fiel al texto en español (cómo saber si al original: haría falta consultar el manuscrito, y es bonito imaginar que esté en la servilleta que Paz tuvo a la mano, o en la nota de la tintorería que felizmente se encontró en el frac, cuando los ganadores de Física, de Química, de Economía y de Medicina, antes de que llegaran los reyes, seguramente lo montonearon para decirle: «Ándale, tú eres el poeta, ¡habla tú!»).
La discrepancia entre las dos versiones acaso sea más que anecdótica. Por un lado, es de suponerse que la publicada por Vuelta debió tener el visto bueno de Paz, quien —si los suecos que mantienen el sitio web sólo se quedaron con la servilleta original, y es la que tradujeron— pudo meterle mano en el último momento, antes de enviarla a la imprenta, prefiriendo ese circunloquio inaugural con el que anunciaba que no malgastaría el tiempo en circunloquios. ¿Por qué, de haber sido así, no lo dejó como estaba? La «amenaza» de los ciento ochenta «muy largos segundos» quizás le pareció una broma fuera de lugar. O tal vez detectó, ya que había dicho lo que dijo, que sus palabras pudieron haber sonado a una sentencia más bien improcedente en el ambiente palaciego: «...ustedes van a escucharme», y se amuelan. Pero también cabe la posibilidad de que las cosas hayan sido al revés: antes de hacer las maletas para viajar a Estocolmo, Paz turnó su brindis a la redacción de su revista (el número en que apareció es de enero de 1991), y llegando allá decidió retocar el texto y meter el chiste de los tres minutos —«preciosos» en cualquier caso, y bien que los aprovechó: el brindis es una hermosa exhortación a la defensa de la naturaleza por la vía de la fraternidad.
Están por cumplirse diez años de la muerte de Paz, y su ausencia se agranda en la medida en que nadie tiene, ni tendrá en mucho tiempo, la estatura y la claridad de su pensamiento. Pero, para nuestra fortuna, podemos seguir leyéndolo y reencontrándonos con él. Aunque sea por ciento ochenta segundos de vez en vez.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 11 de abril de 2008.




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4 comentarios:

Anónimo dijo...
11 de abril de 2008, 11:51
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Anónimo dijo...
11 de abril de 2008, 11:52
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Alejandro Vargas dijo...
11 de abril de 2008, 13:54

orale, ya 10 años de Paz...bastante y en poco tiempo.

Híjole, estos bots están en todo.

Anónimo dijo...
17 de abril de 2008, 0:18
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