Puro humo (II)

Ya en serio. De acuerdo en que los fumadores nos apartemos de quienes han elegido no envenenarse. Pero, de seguir por esta vía de razonamiento, según la cual la única manera de posibilitar la convivencia armónica es la segregación, habría que considerar también el beneficio que los fumadores ganaríamos de contar con recursos legales para apartar, entre nosotros, a ciertos fumadores —los que, además de serlo, son meramente gente indeseable—: recursos que también valdrían para quienes están a salvo del vicio maldito, pues entre los no fumadores igual hay algunos, o muchos, insufribles. Echar fuera al nocivo, fume o no fume. Aunque, claro, la cosa no tendría fin: al ordenar la sociedad de modo que nadie tuviera por qué estar con nadie que no soporte, siempre habría razones para querer quedar más a salvo, a solas y en paz, hasta que no quedara nadie.
Ahora sí, ya en serio: de acuerdo en que los fumadores no tenemos derecho a perjudicar, y ni siquiera a molestar, a quien encuentra irritantes o dañinas nuestras humaredas, a quien no quiere que entren a sus pulmones o, sencillamente, a quien le repugna terminar, contra su voluntad, con la ropa o el pelo impregnados del tufo que esparcimos. La historia reciente demuestra que no hemos tenido demasiadas dificultades, los fumadores, para respetar ese derecho: aprendimos a abstenernos de fumar en teatros, en cines, en salones de clase; no faltará algún majadero, algún inconsciente, pero lo más seguro es que a ninguno de nosotros se nos ocurriría encender un cigarro en un hospital, y hace mucho que ni siquiera nos pasa por la cabeza hacerlo cuando empujamos el carrito del supermercado, porque además no está permitido, lo mismo que cuando esperamos en la fila del banco, o al ir en el transporte colectivo —si bien no es tan raro que un chofer de minibús quiera fumar y fume: al fin que están habituados a matar gente. Aunque los boletos de avión sigan especificando, todos, que nuestro asiento está en la sección de «No Smoking» (como si hubiera todavía una de «Smoking»), hace tanto tiempo que nos resignamos a no acompañar con un cigarro el trago y los cacahuates de un vuelo que ya ni nos acordamos de los días en que se podía fumar en las alturas. Aprendimos, algunos, a pedir permiso cuando estamos en casas ajenas, y si nos lo niegan entendemos y no hacemos berrinche. En los restaurantes que tienen áreas separadas vamos a donde se nos indica, y si no hay lugar para nosotros esperamos a que se desocupe uno. O nos aguantamos las ganas. ¿Hace falta, de verdad, que nos restrinjan todavía más los espacios? ¿Que nos expulsen incluso de los cafés y los bares que eran nuestros últimos refugios? Seguramente sería más justo, en vista de los progresos que los fumadores hemos probado haber hecho en el respeto a los demás, que los dueños de los lugares decidieran si nos admiten o no, y que todo ciudadano estuviera en posibilidades de elegir dónde se mete. Pero ya ni para qué quejarse.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 7 de marzo de 2008.




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8 comentarios:

Anónimo dijo...
7 de marzo de 2008, 16:04

Tienes razón, nos estamos acostumbrando a seguir la línea del(los) que la pintan. Ni hablar.

Homeless Schakal dijo...
7 de marzo de 2008, 22:30

Hagamos smokeyland. Total, no tardan en mandarnos a todos a las Islas Marías, que al paso que vamos, los de allá van a ser más deseables.

Octavio Aguirre dijo...
8 de marzo de 2008, 18:02

Por cierto, feliz cumpleaños atrasado, licenciado.

Alejandro Vargas dijo...
8 de marzo de 2008, 23:24

o habrá que pedir el cigarro en bolsita, cómo los chescos de la primaria...qué a como vamos, ya no se podrá fumar ni en un tunel de viento.

Joel Meza dijo...
10 de marzo de 2008, 16:14

José Israel, me haces pensar en los fraccionamientos privados (¡de todos los niveles!) que pululan cada día más por el país: vendiendo y comprando la idea de dejar afuera a todo indeseable. ¿Inseguridad? ¡Bah! ¿Cuál es el verdadero beneficio? ¿Quién el verdadero beneficiado?

Luis Vicente de Aguinaga dijo...
12 de marzo de 2008, 23:56

Ahí te va la siguiente, para que te acostumbres por adelantado: encargas una pizza y la telefonista, sin decir ni agua va, te pregunta: "¿Fuma usted?", no porque se le antoje un cigarro, que ni modo que se lo invites por teléfono, sino porque al repartidor lo asistirá un derecho inapelable a no despachar en casas de fumadores, porque hacerlo supondría para él exponerse a respirar humo durante los dos minutos que duraría la transacción. De modo que ni en tu casa vas a poder fumar, beibi. Hazle como yo: deja el cochino cigarrito de una buena vez, córtate las greñas y escribe poesía convencional, sin riesgo ni aventura. Y gánate tú el Aguascalientes del año que viene, porque a los poetas ya no se les da ganar ni siquiera los premios que fueron pensados para que se los ganaran ellos. Arre, Lulú.

Anónimo dijo...
14 de marzo de 2008, 12:52

Hola! Pues me da mucha pena leer esto, tiene sus bases y lo que sea, pero los fumadores son unas personas muy egoistas (con todo el respeto que se merecen). NO ES VERDAD que no fuman dentro de salones, NI ES VERDAD que se abstienen de fumar en areas de no fumar, NI ES VERDAD que si te piden permiso para fumar y les dices que NO, no hacen berrinche (he sido víctima de un taxista rencoroso por que le pedí que no fumara). No es un rollo de cultura ni moral (fumar es un vicio, el resultado de una buena mercadotecnia en favor de quienes quieran hacerse ricos vendiendo necesidades, no una cualidad distintiva que nos hace únicos entre los individuos, o sea, personalidad), si justificamos éste tipo de agreción, habrá que justificar otras, un sin fin de ellas donde no dan la libertad de hacer lo que a uno se le pega la gana. Es mi muy particular punto de vista, no me puedo explayar aquí asi que le dejo. (:

Alejandro Vargas dijo...
14 de marzo de 2008, 13:24

luciferkuro, me parece que generalizas.
No estoy de acuerdo, porque si hay quienes piden permiso, no se emberrinchan, etc.