Del Paso

En más de un sentido era inevitable que el Premio FIL (que sigue siendo el Premio Juan Rulfo para todo el mundo, menos para los Rulfo) se otorgara este año a Fernando del Paso, sin duda el novelista mexicano vivo más importante y autor de una de las obras más dignas de atención en el ámbito hispano en el último medio siglo. En primer lugar, la impostergable necesidad moral de reconocer la trayectoria del escritor, tarde aunque no demasiado: el premio, con sus altibajos, malamente había ido convirtiéndose en la tradición de soslayar nombres que resultaba absurdo que los distintos jurados no aplaudieran unánimentente: el de Salvador Elizondo, por ejemplo, que no hay modo de entender por qué nunca salió agraciado. Que Elizondo haya muerto sin haber ganado el premio supone una omisión irreparable, por más que, como dijo el propio Del Paso en el diálogo con Beatriz Pastor que siguió al anuncio, haya «más buenos escritores que buenos premios»: de acuerdo, pero también hay una cosa que se llama justicia.
Es natural, desde luego, que reconocimientos como éste, invariablemente acompañados de una considerable proyección mediática (aparte del monto en efectivo, nada desdeñable), estén envueltos en la polémica y nimbados de suspicacias. Así, el hecho de que el año pasado la decisión hubiera favorecido a Carlos Monsiváis no pudo ser visto sino con algo de decepción y algo de extrañeza —excepto, claro, para los incondicionales del autor de Amor perdido, desde sus pares y hasta sus lectores, que celebraron por todo lo alto—: ¿era, realmente, el único autor que en 2006 ameritaba la distinción? La turbulencia que habían desatado los herederos de Juan Rulfo a propósito de la denominación del galardón estaba en su apogeo, y de algún modo resultaba explicable (aunque no justificable) que Monsiváis hubiera sido elegido como una suerte de argumento para la conciliación —cosa que, evidentemente, no funcionó, pues los inconformes perseveraron en su inconformidad. Si bien no puede esperarse de un certamen como éste que ni la política ni la conveniencia influyan en su curso, el hecho de que ahora haya ganado Del Paso permite, por la incuestionable calidad y por la relevancia de su obra, hacer ver que el criterio literario se ha sobruepuesto, al menos por esta vez —y es de esperarse que así sea en adelante— a las exigencias de la «coyuntura» y a la volatilidad de las circunstancias. (Y fue sencillamente plausible la declaración de Del Paso: «yo acepto este premio con el nombre original, con el nombre de Premio de Literatura Juan Rulfo. Que se haya convocado con otro nombre no es mi asunto». Pues claro).
Lo mejor de este anuncio será que habrá pretexto —aunque no haga falta, aunque sí, pues nunca estará de más promoverlo entre los más jóvenes— para volver a la lectura de las novelas José Trigo, Palinuro de México y Noticias del Imperio (que con eso hay: la poesía y la novela policíaca y la obra pictórica de Del Paso están en otro costal).

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 7 de septiembre de 2007.
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2 comentarios:

Alejandro Vargas dijo...
8 de septiembre de 2007, 14:47

Habrá que felicitarlo!

Anónimo dijo...
11 de septiembre de 2007, 9:14

Aplaudo la decisión de Del Paso de aceptar el premio con el nombre original. Los grandes nombres en los premios, son para los grandes escritores.