Tragaluz


Basta echar un vistazo a la historia de las revistas culturales en México —en particular las que han existido con carácter de independientes, es decir, no financiadas o subvencionadas por el aparato estatal— para corroborar que detrás de cada una, sin importar los números que hayan alcanzado, ha habido siempre una confabulación, una reunión de voluntades que se afilian con parejo entusiasmo y con tenacidad suficiente para afirmar una vocación de complot, de alzamiento sedicioso. Al margen del entendimiento que las instituciones o la iniciativa privada puedan tener de la cultura y de los medios en que ésta se manifiesta, y dejando a un lado la suerte que corra con sus lectores —la diversidad de opiniones que puedan promover sus contenidos—, toda revista cuenta primero como un grupo que ha tomado en sus manos la tarea dificultosa de cobrar presencia a su modo y con sus recursos, con sus pareceres y sus actitudes, en pos de extender ante los demás su versión de las cosas. Y, siempre, teniendo en contra la adversidad multiforme que cerca (y suele sofocar) a toda empresa cultural e independiente en México: la indiferencia del público, la suspicacia de los patrocinadores o los anunciantes, los pantanos de la burocracia y la maledicencia y la envidia que hacen impensable ninguna forma de solidaridad en el mismo medio donde las revistas culturales buscan sobrevivir (el medio en que emergen y donde circulan, y al que sirven —o deberían servir). Ante tal estado de las cosas, proponer una alternativa es oponerse, rebelarse. Y empezar a combatir.
Un rasgo común de todas las revistas de esta naturaleza es que son indispensables para sus hacedores en la misma medida en que éstos tienen clara la convicción de que sus juicios y sus posiciones precisan darse a conocer. De ahí la pasión que suele invertirse en cada paso del proceso de edición, y la alegría con que se reciben los ejemplares que entrega el impresor; de ahí, también, el empeño a menudo heroico que se pone en hacer circular esos ejemplares, y en perseverar hasta que el mero sentido común lo desaconseja definitivamente: tanto tiempo, tanto trabajo, ¿para qué? Quienes nos hemos visto en estos bretes sabemos de la satisfacción, más o menos ilusoria, que viene de ganar por cuenta propia un espacio en el vocerío, por mucho o poco que consigamos llamar la atención: lo importante es que la revista salga. Y cuando, más temprano o más tarde, hay que resignarse a cancelar esa ilusión, como lamentablemente acaba de suceder con Tragaluz, la decepción se ahonda al echar la vista atrás y constatar que el entorno nunca fue propicio y que embarcarse en la empresa fue en todo momento una audacia —cuando, por la mera tenacidad, y en el caso particular de esta revista, por la calidad que sostuvo y por el buen ánimo que caracterizó a su equipo editorial, el esfuerzo merecía una suerte mejor. Que un espacio así haya debido cerrarse es una vergonzosa prueba más de que a la cultura en México van negándosele cada vez más las condiciones mínimas para subsistir.

Publicado en la columna «La menor importancia», en Mural, el viernes 2 de marzo de 2007.
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1 comentarios:

Lourdes González dijo...
10 de marzo de 2007, 2:25

Lo lamentable más allá de la desaparición de Tragaluz, es la falta de solidaridad y el exceso de indiferencia de la "comunidad cultural" al respecto. Vuelvo a comprobar que en esta ciudad son escasos los gestos amigos que acompañen las crisis y problemáticas cuando algo que solía ser, ya no lo es más. Me parece lamentable, como otros muchos casos en distintas disciplinas, que ante la agonía, golpeteo o muerte de alguien, nos quedemos tan silentes que damos vergüenza. No me parece un asunto menor la desaparición de Tragaluz puesto que no hemos sido pocos los testigos del quehacer de este grupo en los últimos años. Lo que me sigue pareciendo detestable es nuestra indiferencia y poca capacidad de movilización. Lo que me parece poco congruente es nuestro exceso de pasividad y nuestro conformismo llevado al extremo. Un moño negro no está demás a todos los que en algún momento fuimos testigos o partícipes de esta publicación. Como tantos otros ejemplos, aquí encontramos uno más de los síntomas de que la cuestión artística en Guadalajara está en graves problemas.